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El Departamento de Humanidades, toma como base este ensayo para iniciar la reflexión.

Acercanos a las necesidades que hoy están viviendo las universidades, a entender la importancia de lo humano sobre lo profesional y ver más allá de lo que ven nuestros ojos, son quizá las mayores reflexiones que evidencia a través de sus letras el ensayo: Importancia de las Humanidades en la Universidad, escrito por Fernando Vásquez Rodríguez. --

Por eso, y por la trascendencia académica que se aborda en cada uno de los puntos tocados en él, el Departamento de Humanidades de la Universitaria Agustiniana, comparte el contenido completo, para que inicie la reflexión.   

El ensayo, comienza inspirando en palabras y conceptos dados por la filósofa estadounidense, Martha Nussbaum, en donde además se hace un llamado de atención, con urgencia de entender, y aplicar, la figura de “ponerse en los zapatos del otro”.

Lea el artículo completo a continuación.

Importancia de las Humanidades en la Universidad

Por: Fernando Vásquez Rodríguez

Martha Nussbaum ha escrito sobre la importancia de las humanidades para la educación*; de su abandono en una sociedad como la nuestra en la que la mayoría de los esfuerzos de las instituciones universitarias están centrados en contenidos o habilidades financieras o de sofisticación tecnológica.

La crítica a esta postura formativa de los centros formativos de educación superior se torna más severa si, como lo ejemplifica la filósofa norteamericana, tiene el aval de las familias que esperan, antes de cualquier cosa, que sus hijos aprendan algo útil y no anden perdiendo el tiempo en asuntos como la música, las artes escénicas o la literatura. Pareciera que toda la sociedad se hubiera puesto de acuerdo en ir desapareciendo estas materias de los planes de estudio de la mayoría de las profesiones.

Pensando en detalle este reclamo de Martha Nussbaum, considero que la enseñanza de las humanidades es vital para cualquier persona y, muy específicamente, para un estudiante universitario. Y al decir que es esencial me estoy refiriendo a lo que dichos saberes aportan al desarrollo de la sensibilidad, la fraternidad y la imaginación. Las humanidades no son decorado de una disciplina, no son arandelas a una carrera, sino parte constitutiva de un proyecto formativo. A ellas debemos prestarle tanta importancia como se la damos a esas otras materias consideradas las fundamentales de un programa. Veamos por qué hago estas afirmaciones.

En primer término, las humanidades flexibilizan el espíritu y dan un carácter plástico al pensamiento. Alguien que estudie literatura, que hace teatro, que toca un instrumento musical, está más dispuesto a captar los matices de las cosas y los comportamientos de las personas. Las humanidades contribuyen a entender que el mundo no es blanco o negro, que no se lo puede concebir a partir de oposiciones irreconciliables; por el contrario, que lo que existen son matices, tonalidades y sendas facetas de un mismo asunto. Por lo mismo, las humanidades hacen más apto al profesional universitario para entender la variable condición de los hombres, la no siempre evolución lineal y uniforme de sus semejantes. Pero, además, las humanidades, su práctica, su ejercicio, van dando a las ideas, a las formas de pensar, una consistencia cimbreante. El pensamiento se habitúa a vivir en tensión sin romperse, a soportar diferentes puntos de vista, en no asumir fáciles posturas dogmáticas o excluyentes.

En segunda medida, las humanidades presentan un horizonte más amplio de los problemas esenciales del hombre. La exagerada especialización de las disciplinas cerca y limita demasiado la mirada de los estudiantes. Las humanidades, por el contrario, tienen como propósito abarcar, explayarse en la compleja condición de los seres con historia e ideales. El ser humano se muestra integralmente, con sus variadas manifestaciones, con sus pasiones y sentimientos, con sus miedos y posibilidades. Al leer poesía, por ejemplo, lo que se aprende es ese abecedario del afecto, de lo emotivo, de lo sensible. El buen lector de poesía descubre que el dolor es más que un síntoma medicable, que la soledad es más que estar sin compañía. Otro tanto podría decirse del que degusta la música, del que sabe adentrarse en los sonidos armónicos, y puede a través de ellos bucear en los abismos del alma intraducibles en una fórmula matemática, o adentrarse en las fronteras de lo misterioso inhallables en una manual de psicología.

Una tercera bondad de que los estudiantes beban en las humanidades –y en esto coincido plenamente con Martha Nussbaum– es la facilidad que tiene el arte (una novela, una película, una sinfonía) para tornarnos solidarios con otro semejante. Así, como en la antigua tragedia clásica, cuando al ver una obra teatral, los espectadores se solidarizaban con el personaje que sufría o  se avergonzaban frente a algún comportamiento que les molestaba en un actor. Las humanidades son como un espejo a partir del cual podemos reconocernos y aprender a “estar en los zapatos de otro individuo”. Si no tuviéramos ese acicate o esa provocación de las artes nos quedaríamos sin desarrollar la capacidad de trasladarnos con la imaginación a otros contextos o a asumir otras personalidades. Las humanidades nos dan pasaportes para lograr traspasar las fronteras limitadas de nuestro propio yo; nos hacen, por decirlo así, ciudadanos del mundo.

Un cuarto beneficio, tal vez el más importante si se desea desarrollar el pensamiento crítico, es el papel de las humanidades para poner en contacto a los estudiantes con las habilidades argumentativas. Cuánto sería de útil que ingenieros, odontólogos, arquitectos –para nombrar algunas profesiones– tomaran dos o tres cursos de filosofía a lo largo de su carrera; pero no como ilustración histórica o “cultura general”, sino para aprender la importancia de dar razones, de organizar el pensamiento de manera lógica y convincente. Hasta me atrevería decir que si todos los profesionales de las llamadas ciencias duras se adentraran en la lectura de algunos diálogos platónicos, descubrirían maneras interesantes de discutir sin tener que descalificar al contrario; y de cómo mantener un punto de vista a pesar de las objeciones del antagonista. Las humanidades son definitivas en el aprendizaje de las capacidades razonadas de comunicación y en los juegos de lenguaje necesarios para participar como ciudadanos en decisiones políticas o tener herramientas lingüísticas para defender un proyecto o reclamar un derecho sin acudir a la violencia física o la intriga arbitraria.

Considero, finalmente, que las humanidades son un conjunto de conocimientos que ayudan a tener un lenguaje común para entendernos a pesar de las diferencias de idioma, etnia o religión. Creo que fue la escritora Doris Lessing la que se quejaba de la pérdida de estos referentes comunes que permitían dialogar con extranjeros o con generaciones distantes en el tiempo. Si tuviéramos ese metro común de las humanidades, ese traductor sensible de las artes, tendríamos la oportunidad de sabernos hermanos de una misma tradición o de una semejante herencia simbólica. Me imagino que esa era la ventaja de las pasadas generaciones sobre la nuestra: que podían unirse a conversar de una pintura de Rembrandt o sintonizaban con la música de Boccherini o confluían en los conflictos morales de una novela de Thomas Mann. Y aunque los separaba el idioma o los cerrados códigos de una profesión, esa educación recibida de las humanidades les permitía, en un aeropuerto o un café de ciudad, entablar un diálogo a partir del cual brotaban las afinidades y los gustos compartidos. Quizá eso es lo que hemos ido dejando a la deriva, o lo que las instituciones educativas, particularmente las de educación superior, quieren hurtarle a los profesionales de nuestro tiempo.

 * Véase el libro Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, Katz editores, Uruguay, 2010.

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