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Una vivencia muy esperada por egresada de la UNIAGUSTINIANA se convirtió en su mayor fuerza del amor a Dios, esta crónica nos adentra en su historia.

Por: Alexandra Gonzalez
Egresada de Negocios Internacionales UNIAGUSTINIANA

Mi nombre es Alexandra, soy egresada del programa de negocios internacionales y esta fue mi primera experiencia como misionera, debo decir que anhelaba vivir esta misión y de alguna forma sentía que era la renovación que mi corazón necesitaba, tenía sed de vivir con mayor fuerza el amor de Dios, para poder compartirlo.

Desde el principio fue todo un reto, ser misionero implica no solamente amar profundamente a Dios y al prójimo, por lo tanto, se hizo necesario realizar toda una preparación, basándonos siempre en el mandamiento principal “amarnos los unos a los otros como Dios nos ha amado”.

Servir; es un acto de amor, un acto que requiere entrega, compromiso y que nos acerca al corazón del prójimo: es esto lo que puedo afirmar, después de vivir una experiencia tan enriquecedora, en donde recibí mucho más de lo pude dar.

Mi compañera de misión fue Daniela, estudiante de ingeniería industrial, de quien puedo decir fue una bendición, pues cuenta con muchas virtudes para la logística y procesos, esto fue lo que noté en cada momento que estuvimos junto a la comunidad de la hermosa Santa Irene, una vereda donde la mayoría de la población eran adultos mayores, pero vaya que eran personas con mucha energía y dispuestas a conocer el amor de Dios, que luego de experimentarlo fuese brindado a los demás.

Sin duda alguna, mi compañera y yo íbamos con todas las ganas de dar a la comunidad de la vereda Santa Irene de Bocas del Pauto Casanare, todo lo que fuera necesario para que se acercaran a la persona de Dios y lo vieran en cada aspecto de su vida. Aunque definitivamente fuimos sorprendidas al encontrar la bondad de las personas, su amabilidad, su respeto y cariño hacia nosotras y la manera tan amena en que recibían con toda disposición el mensaje de Cristo.

Por lo anterior, debo decir sin miedo a equivocarme y con la convicción de que Daniela piensa igual que yo, que recibimos igual o más de lo que llevamos para darles, fue esta la muestra más contundente de la presencia de Dios en nuestras vidas y especialmente en esa comunidad, que, aunque ciertamente esta algo alejada de nuestra vida en la ciudad, no tienen nada que no tengamos y al contrario se complacen en dar a los demás lo que cada día reciben de Dios.

De regreso a casa sólo podíamos sentir la satisfacción de lo que comúnmente llamamos ‘el deber cumplido’, recordando cada paso que dimos, todo lo aprendido y las personas que dejaron huella en nuestros corazones. Definitivamente esta debía ser una motivación valedera para prepararnos y cada día ser mejores personas.

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